miércoles, 22 de julio de 2009

México no es de los mexicanos

Hay algo infinitamente peor en este país que ser mexicano: ser mujer. En una sociedad eminentemente uteral y contrariamente misógina, el imaginario colectivo se construye a través de la mujer en su caracter de mito más que de humano.

A pesar de considerarnos una cultura inexorablemente “occidental”, guardamos como sociedad una diferencia kilométrica con respecto al fundamento filosofal del pensamiento greco-latino: para nosotros, el mito es la medida de todas las cosas, no el hombre. De ahí se explica los fundamentos espaciales que convierten a la monumentalidad y el brutalismo como el constante en nuestro querido México. Lo mismo, desgraciadamente, es cierto para el caso de la mujer. Se le entiende en torno de todos los mitos que se puedan crear a través de ella, de su virginidad, maternidad y papel como compañera o subordinada de la figura masculina.

Mis dotes apologéticas son infinitamente tendientes al fracaso. No puedo, por razones de coherencia histórica y cultural, escribir en la posición de la victimización de la mujer. A cada evento social corresponde alguna reacción tendiente a neutralizarlo. Así como se degrada la calidad humana de la mujer, también muchas de ellas se han dejado medir a través del mito. Aceptan silenciosamente la castración intelectual de saberse y compadecerse desde el concepto de víctima. Este es necesariamente otro de los principios básicos de nuestra cultura: el maniqueísmo.

Cada día me encuentro más convencido de la necesidad del rediseño de nuestra cultura. Es necesario repensar los planteamientos que nos han llevado al punto actual. Es por eso admirable encontrar mujeres dispuestas a rediseñar desde su propia experiencia y su determinación con romper la inercia cultural que pesa sobre ellas. Sólo una forma más de decir lo mucho que te admiro.

martes, 23 de junio de 2009

La vida sin música sería un error

Esta noche he vuelto a la musica de Friedrich Nietzsche. Aduzco al fácil intelecto clase-mediero mal nutrido al decir que me debería de sorprender no encontrar notas caóticas ni de libre interpretación. Hay estructura, armonía, ritmo... un desconsolador movimiento que nos recuerda lo patéticamente deprimente que suele ser la vida. Unos saltos enormes entre la alegría y los ataques paranoides. Las señoras de sociedad dirían en estos momentos: qué interesante.

Siento el hambre que comparto con todos los trasnochados. No dormimos porque buscamos encontrar algo más en las deshoras, algo que no se puede encontrar en los ruidos del mundo y las molestas tonalidades de la voz humana desperdiciada y enmohecida con los comentarios socarrones y las pláticas ligeras de banalidad. Algo que solamente puede existir cuando nadie, absolutamente nadie, está observando por detrás de la rendija que deja la puerta medio abierta: nuestro vínculo más cercano con una sociedad uterina que encuentra cualquier oportunidad para intrometerse. Es el hambre que no puede ser llenado con carne ni con pan, la misma sensación que no curan dos onzas de catolicismo ni las moralinas mal cocidas y tristemente ensambladas del cristianismo. El sexo no es tampoco una respuesta. No hay nada que nos pueda llenar ni nada que pueda contestarnos a lo que realmente sentimos: el profundo vacío que existe en el hecho mismo de aceptar nuestra existencia.

Vuelvo al caso de la música. Mientras somos décadents hay una parte de nosotros que se queda en las estructuras construidas y avaladas socialmente. La estética funciona en patrones muy similares a la moral. La belleza solo puede ser admirable en si misma debido a que existe bajo patrones que nadie, ni dios mismo, pueden cambiar sino es el colectivo social. Entonces sabemos que existimos en niveles distintos a los que sostienen a la belleza, a la moral y a la estructura que da forma a nuestras racionalidades. Puedo imaginar y crear las imagenes más bellas y las formas más completas de éxtasis, pero eso no llena el vacío que siento.

¿Qué pasa si las estructuras más básicas que nos unen con el resto de la humanidad no son sino fallidas formas de una moral baja y frágil? ¿Qué si de verdad somos incapaces de cualquier sentimiento y de su correspondiente liga y seguridad social? ¿Qué si somos la generación y el eslabón de ruptura del contrato social? De la misma manera que los analgésicos se declaran incompetentes para solucionar, aunque sea un poco, mis migrañas, puede que las supuestas necesidades que buscamos satisfacer en comunidad no sea sino un invento para que la vida sobreviva. El individuo puede sobrevivir sin la comunidad, pero la especie no. Y todos sabemos que la única que realmente sobrevive es la vida. Hay fuerzas mucho más poderosas que nosotros actuando, moviéndose entre las líneas y luchando por emerger de las luchas eternas de poder. Hay una fuerza superior tratando de sobrevivir, alimentándose de nosotros.

Solo de esta manera se podría explicar mi jodida incapacidad de mantener una relación algo estable o de lograr que la gente se mantenga a mi alrededor. De mi maratónica capacidad de permanecer irremediablemente no-atractivo para establecer una relación humana conmigo. De otra forma, habría que sobrellevar el hecho de que, hasta en eso, estoy solo. Nietzsche tenía razón, la vida sin música sería un error.

sábado, 23 de mayo de 2009

Selección cultura. De la mexicaneidad

De la teoría de las especies, se desprenden dos conclusiones clave para la explicación de la evolución: la selección natural y la selección sexual. Tratando de no negar nuestra existencia en esta desgraciada época de slogan, diremos que la selección natural supone que el individuo con las características más idóneas será el más capaz para sobrevivir. La selección sexual funciona de una manera similar: los individuos con los elementos sexuales más adaptados serán los que se reproducirán con mayor capacidad. El reino animal en su totalidad ha demostrado seguir la regla con una fidelidad impresionante. Miles y miles de año han dejado una optimización de las estructuras naturales que, a vista de un análisis matemático y físico, demuestra la capacidad de racionalización de las mismas. Algún día hablaremos de ello.

Estos tiempos coléricos-pandémicos nos demuestran la necesidad de una nueva conclusión: la selección cultural. Tratemos a cada grupo humano con características comunes de idioma, territorio, costumbres, cultura e idiosincracia como un organismo vivo que constantemente evoluciona y muta respondiendo a su entorno (en estos días en que entendemos mejor la realidad tan cruel de la mutación). Cualquier expresión cultural puede ser explicada desde la realidad geográfica-ambiental en la que se inserte. Los más esotéricos de estos temas, aseguran que lo más natural para una sociedad falocrática es construir sus monumentos de dimensiones cada vez más grandes. Entre más poderoso, se tiene el falo-rascacielo más grande.

Los organismos más aptos culturalmente serán los que sobrevivirán. ¿Por qué en México se mueren los pacientes y no en el resto de los países? Escribiremos libros al respecto. Ya habíamos mencionado algunas reacciones de este pueblo trágicamente tenocha respecto a la “Novel flu”. Muchos comienzan a especular con teorías de la conspiración que incluyen a Putin, Sarkozy, Merkel, Obama y Calderón las que, para darle el toque mexicano, comenzaron en una orgía. El cerebro humano sufre de un defecto: busca conexiones a eventos azarosos. De alguna manera, el mexicano ha encontrado la manera de imaginar la escena del estornudo inaugural de la realidad dantesca en el negrito ese que nos vino de la White House. OMAIGOD.

En algún momento, Adolf Loos aseguró que el desarrollo moral y estético de los individuos pasa por todas las etapas que la humanidad. A los dos años lo ve todo como un papúa, a los cuatro como un germano. A los seis, como Sócrates y a los ocho, como Voltaire. También comienza a percibir el violeta (antes, era una variante mínima del rojo). Callemos por adelantado a los novo-indigenistas. Veamos el asunto desde una perspectiva no-lineal progresiva. Digamos que es una espiral eterna en la que es difícil encontrar el principio y el final de cada etapa de la espiral. ¿Cómo es este individuo que, a falta de nombre de santo para llamarlo, le diremos “mexicaneidad”? ¿Es un Voltaire que destruye sus conceptos preconcebidos para probarlos a la luz de la razón? ¿Busca la definición universal de los problemas que se le enfrenta, creyendo silenciosamente en una verdad a priori?¿Busca la verdad a través de su experiencia física? ¿Mata sanguinariamente sin importarle impedimentos morales? Instrucciones de la encuesta: ninguna respuesta es correcta o errónea. Simplemente resulta una guía para encaminarnos.

Hagámosle un perfil. Este niño de ojos desconfiados tiende a cuestionar absolutamente todo lo que se le ponga enfrente. Con el síndrome de perro callejero, se aparta cautelosamente de todo lo que no conoce (lo que explica, sólo en parte, de su necesidad de estructuras sólidas que le aseguren una estaticidad de conceptos y condiciones). Cumple las normas y la moralidad porque no le queda de otra. Siente, y de ello tiene una supuesta y engañosa memoria colectiva, que las estructuras de poder crean las condiciones mínimas de convivencia a sus espaldas, para “chingarse al pueblo”. De esta manera el héroe reivindicador, con el mismo temblor de ese perro que tengo que se hace llamar Chihuahua, desafía e incumple las reglas cada que tiene oportunidad. No es cuestión de mearse adentro de la casa solo por mearse, es cuestión de expresar silenciosamente su inconformidad. Eso si, aquí nos toco vivir pero ni madres que tan mansitos nos van a tener. Eso sí, antes que cualquier cosa es un “chingón” incuestionable a priori que, por infortunios de una naturaleza ingrata, es menospreciado por chaparro y morenito. Una especie de papúa-pre socrático.

Nuestro papúa pre-socrático tan sufrido es capaz de generar cualquier cantidad de teorías de conspiración para entender casi todo. Es una especia de mitología de los vencidos. A pesar de lo que se pudiera creer a partir de esta heroico escepticismo, nuestro muchacho cree ferviente e incuestionablemente en la virgencita morena, ese personaje mítico a imágen y semejanza de la trágicamente divina Coatlicue. Cada 12 de diciembre se reúne para encontrarse en su momento más oscuro y profundo. Dancemos a la morenita del Tepeyac. De cierta manera, es más creíble acusar a nuestro gobierno del terrorismo de estado de más alto nivel que buscar otra explicación. Nuestros epidemiólogos, en una especie de personaje muy al estilo Speer, han contribuido con el maligno (¿Dónde estás Andrés Manuel?) para crear una epidemia para desestabilizar a Peña Nieto y Marcelo. Usted sabe, viene el 2012.

Pero conduzcamos nuestro análisis a nuestro punto de partida. ¿Está nuestro pequeño retoño apto para sobrevivir? Una sociedad orientada solamente a sobrevivir de alguna manera tiende a la decadencia. La mexicaneidad es decadente en el sentido en que se aferra irracionalmente a una falsa idea de superioridad desestimada, basada en una supuesta inteligencia y pragmatismo “a priori”, en una desconfianza obligada a todas las estructuras de poder y autoridad, a una mal entendida mente crítica que desestima absolutamente todas las formas de realización que vengan de fuera de si mismo. Pero por encima de todo, el mente mexicana tiene un mecanismo para salvarlo de la contradicción básica en su imagen mental y su realidad palpable: el hecho de que no necesita demostrar su “fregonería”, es una verdad incuestionable. Luego, se justifica un ejercicio profesional y humano mediocre.

Por otra parte, el mexicano tiende necesariamente a orientarse (casi con exclusividad) a satisfacer las necesidades más básicas. Lo demás es desestimado, considerado banal y (en casos extremos) pecaminoso. El mexicano persigue toda su vida la subsistencia basada en las necesidades fisiológicas más elementales, persigue “la chuleta”. Una sociedad desconfiada de sí misma y ciega en sus satisfacciones más elementales está condenada a aniquilarse a si misma.

Séneca preguntaba: ¿qué hace una sociedad antes de morir de hambre? La experiencia del caso mexicano nos contesta: autocompadecerse. La epidemia nos enseñó lo precaria que puede ser la realidad de nuestro sistema de salud. La lista del material donado por el extranjero asciende a equipo tan sofisticado como cubrebocas y algodón impregnado de alcohol. ¿Por qué la epidemia solo ha matado mexicanos, a pesar de encontrarse en más de una veintena de paises?-Bueno, es que allá tienen todo el equipo- Es que aquí no hay el apoyo- La mexicaneidad está destinada a perecer cuando las condiciones del ambiente tiendan a endurecerse.

Mientras tanto, en alguna clínica de atención popular no hay gel anti-bacterial porque alguna enfermera o un paciente lo robó. No hay garrafón de agua por la misma razón, y la jefatura permanece permanentemente cerrada porque la gente amenaza con entrar para robarse las vacunas.

domingo, 26 de abril de 2009

Convulsa

La ciudad de México encontró una indignación en lo más profundo de su orgullo: los templos católicos suspendieron los servicios religiosos este domingo. Desde la época de la guerra cristera este pueblo santo y recalcitrántemente religioso no fallaba en sus necesidades espirituales. El pueblo tenocha ha recibido dos golpes en las bases mismas de su orgullo en 48 horas: le quitaron su modernidad y a sus dioses. Las señoras hoy lucen un rostro desencajado. Merodean los templos con la falsa esperanza de encontrar su “auxilio espiritual”, caminan sus pasillos entre santos olvidados y ritos apagados. Hoy no hay nada que las arrulle para dormirse en sus bancas favoritas. No me crean mucho, mis relaciones con el extremismo religioso no funcionan bien. Yo me burlo de su dios y ellos se burlan de mi realidad. Mal negocio

Los médicos gritan, silenciados por sus superiores, que los tratamientos antivirales no están funcionando a pesar de su administración en dosis elevadas. Muchos han comenzado a faltar a sus trabajos, otros saben que van a ver morir gente sin poder hacer absolutamente nada. Los han instruido en reportar las causas de defunción como Neumonía o falla de las vías respiratorias. Tienen prohibido hablar con medios de comunicación y asentar en actas la Influenza como causa de defunción. Las personas se pelean a golpes por las vacunas en los diferentes centros de salud de la zona metropolitana. Mientras tanto, el ·heroico· ejército reparte cubrebocas para evitar el contagio.

Nuestro secretario de salud, tristemente famoso, luce cada vez más preocupado y un poco más cerca a un infarto. Está nervioso. Las palabras se confunden y esconde detrás de su bigotote de macho mexicano su temor. Escribe con un lápiz las preguntas de los reportes nacionales y extranjeros (pinches güeritos, ojalá los sacaran del país). “Mas sin embargo” se ha declarado que los laboratorios mexicanos fueron incapaces de reconocer las cepas del virus por la razón que cualquier mexicano que haya pisado una institución universitaria de este país imagina: no tenemos la tecnología. Necesitamos apoyarnos de los extranjeros. Para los que no lo tenían claro: la opinión del consejo de salud es, pues eso, un consejo al gobierno federal.

El pueblo tenocha ha olvidado su mítica relación con la muerte y se muestra más incrédulo. No sale. A pesar de las estimaciones de muchos de que esta emergencia sería una segunda semana santa para los capitalinos, las calles lucen desiertas. Las taquerías semi-vacías (un tercer pilar del orgullo tenocha) y los restaurantes California con una inusual disponibilidad de mesas. Mientras, la Organización Mundial de la Salud ha mandado un panel de expertos para “apoyar” la emergencia. En una escala de tres de seis en emergencias por epidemia, estamos a un paso del cierre de las fronteras.

Eso si, el tenocha es un ser social por naturaleza. Los jóvenes, el grupo poblacional que está diezmando la epidemia, acuden a los centros de salud en horda. Los lleva una procesión de incrédulos que, en medio de las risas y los bromas, tratan de negar una preocupación mayor. Para los incrédulos, se planea el cierre de transporte público en la capital dentro de las siguientes horas.

sábado, 25 de abril de 2009

Asintomática

La ciudad de México amaneció hoy convulsa, decepcionada, asintomática para unos, en una calma inusitada y con la certeza de estar viviendo el paraíso de todo estudiante. Las escuelas, en este país tan devoto a la virgencita de Guadalupe y a los deberes escolares que no son otro cosa que el progreso, amanecieron cerradas “por orden presidencial” y una presumida epidemia de “Influenza” (en letras rojas). La mayoría de las amas de casa, muchas de ellas coincidentes con el grupo poblacional denominado “de las carnes”, encontrándose irremediablemente expuestas a las vorágine de las crías bastardas que tienen por hijos, decidieron escapar a cualquier lugar que las librara de algún momento a solas con ellos: hicieron su parte en el proceso de diseminación de virus.

Este país comparte la misma devoción por la virgencita que por el progreso encarnado en los lentes de fondo de botella de la obesa profesora de primaria. Devotamente se acude a los honores a los lábaros patrios, igual que a esos festivales que no son otra cosa que una ofensa extrema a las posibilidades de la convivencia humana. Es un sueño compartido por casi cualquier mexicano: el día en que el vomitivo retoño acuda a recibir su certificado de primaria, avalando con ello que la revolución consciente a sus fieles devotos y acaba con el analfabetismo que tanto nos separaba de este México moderno (sic). Llamo la atención en esta dogmática confianza en la educación, además de que me divierte demasiado, por la razón que todos hemos conocido el día de hoy: la epidemia de influenza porcina ha obligado a suspender actividades de nuestros retoños. La última vez que esta convulsa ciudad se encontró sin clases (y, por ende, negándose al progreso) fue durante la devastación del terremoto del 85. Hay motivos de alarma.

Si el terremoto del 85 fue la pesadilla encarnada de cualquier arquitecto e ingeniero civil, estos días lo es de cualquier médico. El estado, fallido hasta donde lo podemos observar, ha declarado que tiene toda la cantidad necesaria de Antivirales y vacunas para combatir la crisis. Lo que se dice en los ámbitos de salud pública es que no hay antivirales ni vacunas, las farmacias se encuentran vacías y el abastecimiento se torna incierto. No hay, lo que es aún más grave, ni siquiera las suficientes vacunas para proteger a los médicos y personal de apoyo que han sido contagiados con la nueva cepa del virus. Oficialmente se habla de una cifra de 68 muertos, 8 de ellos acaecidos el día de hoy. Los médicos que trabajan en las clínicas de salud hablan de cifras mayores y establecimientos completos en cuarentena. El estado es incapaz de proveer a la población de la medicina y la atención necesarias en caso de un contagio mayor. Peor aún, uno de los científicos más renombrados en el ámbito de la microbiología, el Dr. Francis Plummer, ha confirmado que ésta es una nueva cepa del virus, completamente nueva en todos los sentidos. La vacuna para la influenza que se conoce no servirá de absolutamente nada.

En esta charrería llamada Ciudad de México (tan estancada en ese méxico posrevolucionario y “moderno) donde la respetable señorita obesa de lentes de botella es experta en piezas musicales, historia, política y cultura en general, las autoridades de salud recomiendan el uso extensivo y milagroso de un cubre-bocas para evitar el contagio. Solo en un México de hace cincuenta años se entiende que se considere ésta como una medida suficiente.

Esta charrería encuentra a sus hijos asustados, corriendo por las calles y haciendo caso omiso de cualquier peligro de contagio. La estupidez humana alcanza dimensiones inimaginables. Las señoras piadosísimas de iglesia han resuelto imponer una cadena serenísima de oración por estos “tiempos bíblicos”, expulsan los demonios que causan esta epidemia y bendicen un agua con la que, aseguran de una manera preocupantemente seria, será capaz de curar cuerpo y alma de los enfermos. Salen, en una tarde nublada y airosa, con el remedio bajo el brazo. Lo único que cargan estas santas de la humanidad es su incapacidad de entender el fatalismo de la condición humana, su fe en la que esconden una falla sistemática de su raciocinio ante la humanidad. Y el virus, claro está.

We’re nothing, and nothing will help us.

domingo, 1 de marzo de 2009

Carta de amor para tí

“Se cuenta que”, cualquiera que sea la historia, debe comenzar con las mismas palabras. Es una manera de separar los textos de otros, de decir que este, no como cualquiera, es una historia fantástica. Los textos se reconocen cuando se comienzan. Las cartas de un abogado deberían comenzar como “siendo las tantas del tanto”, las de un contador como “mi estimado señor”, pero un texto que pretende abandonar su carácter utilitario, debería en todo momento diferenciarse. Debería tener su propio mito fundacional, aspirar a abarcar casi todas las voces y, casi al mismo tiempo, entenderse como que suena sin salir de ninguna boca.

Este suspiro, cuenta que, es una carta de amor. En este momento debe comenzar a recorrerte, darte la vuelta alrededor de la piel y sentirse como una ligera brisa en la mañana. Cuenta que es dicho por una boca tímida, oculta en medio de la oscuridad que rodea. Y se acompaña con una música muy suave, con el olor de un café y la sensación de un color verde. Los que lo han conocido saben que es una terraza, suspendida en medio de la copa de un árbol esperando encontrar su equilibrio. Sabe que es un fluido espeso como una pintura saliendo de su envase, como un pigmento balanceándose a sí mismo, hermoso en su lenta e impenetrable transformación.

Algunos, faltos de palabras, han dicho que se siente como mariposas en el estómago. Otros, más escépticos, han contado que se levantan en medio de la noche con la sensación de haber caído demasiado en medio de sus sueños. Yo sólo puedo decir que te he encontrado, que he caído y hallado entre tus labios la redención. Yo solo puedo decir que te amo. Se cuenta que, esta, es una carta de amor.

No hay más allá

En el medio no hay nada. Apenas recuerdos, memorias frescas, recetas de vida, intuiciones y errores hechos reglamentos para encontrar un camino decoroso de vida. Los demás nos guían, nos encuentran en las formas conocidas de vida, en las reuniones de la familia en donde se conjuntan los meseros con las frases cercanas a “perfecto caballero”. Las formas de ser socialmente aceptados, de entender perfectamente la manera en que todos nos conozcan.

Pero en el medio no hay nada, ni siquiera una manera de vivir “decorosamente”. Hay una manera de esperar la muerte, de quejarse, de inventarse algún dios que nos reconforte cuando sepamos que nada de esto tiene sentido. Hay una forma de sentarse a ver la vida, de conocer una extraña manera de reconfortarse en la tranquilidad de haber cumplido las reglas y de saberse resignado. La vida, no la esperanza de muerte, está en los extremos.

Hay que vivir más los excesos. Hay que emborracharnos hasta ahogarnos, que le cuervo no hubiera sido escrito sin una bronco-aspiración. Hay que fumar más mariguana, tenerle menos miedo a los peligros. Dorian Grey, los amorosos, la biblioteca nunca hubieran sido imaginadas sin personajes viviendo en el filo de la nada, de la vida encontrada y de los vicios perdidos. Hay que saber un poco más, entender que la vida está en lo humano, en el pecado, en lo que verdaderamente nos hace lo que somos.

Hay que encontrar nuestra pierna que se pudre, nuestro cuerpo sin piel, nuestro dolor enfrentado a los días. Moriremos y no encontraremos esperanza en el otro mundo, no hay recompensa. Cada minuto menos es un minuto perdido de existencia. No hay nada más allá.